21 de febrero de 2011

Terraza de verano

alzado

Llegué a Madrid a finales de abril de 1990. traía en la maleta la ilusión de encontrar un lugar para trabajar como arquitecto. Esos primeros días fueron cruciales. La toma de contacto, las entrevistas, ir reconociendo poco a poco el terreno.

Una tarde lluviosa de primavera , por recomendación de mi hermano,  fui a visitar al arquitecto  Alejandro de la Sota en Madrid, buscando en su experiencia de antiguo profesor de la Escuela de Arquitectura, un consejo, una palabra que me orientara. Llegué a su estudio, encontré la puerta entreabierta, dudé un momento y entré, encontré allí al viejo profesor, caído en el suelo, lo ayudé a incorporarse y sentarse en su butaca, me agradeció con una mirada cálida de sus ojos claros a través de sus  lentes. Al instante llegó Juan, uno de sus hijos, fotógrafo amigo de mi hermano, preocupado por su padre, que se había escapado solo al estudio.

El estudio, un lugar soñado, mesas de dibujo con planos, rollos de dibujos, alguna maqueta, todo bañado con una luz suave del norte, y ese olor a papel de copias heliográficas que los arquitectos conocemos bien.

Alejandro de la Sota me dedicó casi una hora, nos tomamos un té y se dispuso mas bien a escucharme que a aconsejarme.

Pensándolo bien, seguramente ese fue el mejor consejo, prestar atención a tu interlocutor, escucharle.

Volví al refugio de La Granja, que era la buhardilla de mi hermano donde me había acogido. De la necesidad  interior de ir adaptándome, ir “escuchando” lo que el lugar tenía que contarme, surgieron una tarde  estos pequeños bocetos de una terraza para el verano, en la trasera del antiguo Hotel Europeo, vecino a la calle Verderones, que era donde vivía.

Fue como un ejercicio de “escuela” . Nunca lo presenté a nadie, se quedó guardado en mis carpetas, hasta que hoy me acordé de él, en la víspera de un viaje a Buenos Aires.

 

croquis Planta

1 comentario:

  1. no voy a efectuar un comentario técnico sino nostálgico. Pasamos Julia y yo muchos veranos y no pocos inviernos en la casa de la calle Verderones, esa dibujada y fantaseada por el arquitecto. Pero también, a mi regreso de Rusia en 1983 nos alojamos en el hotel El Europeo. ver todo esto ahora en un plano me produce una melancólica remembranza

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