La semana pasada se han cumplido 30 años de que mi amigo Pablo Ahumada y yo, presentáramos nuestro trabajo de Diseño V ( fin de carrera para los amigos españoles) en la entonces Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires.
Nos conocimos en el curso de ingreso (tríptico) de 1975 y desde ese momento fuimos inseparables compañeros que compartimos todos los cursos de Diseño de la carrera. Incluso llegamos a trabajar juntos en el estudio de arquitectura de Sergio Cano, que había sido profesor nuestro en Diseño III.
En 1981, nos debíamos el trabajo en equipo como cierre de la carrera e inicio de algo nuevo.
Nos apuntamos juntos en el Taller de Diseño V del arquitecto Jorge Feferbaum.
El proyecto de fin de carrera era la remodelación del área urbana de Tigre, con un programa amplio de intervenciones puntuales que transformarían el área urbana, que no tenía resuelta su integración con el río y múltiples conflictos de circulación. El Tigre un barrio del Conurbano Bonaerense con tradición turística y de deportes náuticos como antaño de producción fruti-hortícola y de madera, que al momento estaban en declive o casi extinguidas, y que formaba parte de los recuerdos de la infancia, los paseos en lanchas colectivas, los “Recreos de los Sindicatos”, el Mercado de Frutos y las señoriales casonas en decadencia.
La cuestión que Pablo y yo formamos el equipo básico al cual se adhirió Graciela Landini,compañera circunstancial de Diseño V.
El desarrollo del curso fue entre marzo y julio de 1981 con clases matinales casi todos los días de la semana, mientras por las tardes nos reuníamos en mi casa, a trabajar en las propuestas para el proyecto. Lamento mucho no conservar todos esos dibujos que eran realmente algo mucho más rico que los planos acabados que presentamos en “La Entrega”. Eran dibujos a color, sobre papel de calco de escaso gramaje que a fuerza de dibujar y redibujar eran una maraña de trazos bellos; recuerdo unos dibujitos a color intenso de rotulador, que representaban a las viviendas que proponíamos, como una versión de la tipología de vivienda isleña, pero adaptada a la situación urbana, con patios sucesivos que organizaban las distintas estancias de la vivienda, a manera de una casa “chorizo”. Un tema al que he vuelto cuando ayudé a otros compañeros, en otro proyecto de Diseño V del área de La Boca.
En el taller de la FAU, donde cursábamos Diseño V, había otro equipo con quien debatíamos mucho en las correcciones de los trabajos e incluso teníamos una visión completamente enfrentada del proyecto urbano. El equipo lo lideraba un compañero llamado Carlos Aldorino, a quien encontré años después mientras tuve el privilegio de trabajar en uno de los retos profesionales mas interesantes y de mayor aprendizaje, él se desempeñaba como diseñador de una empresa de carpintería metálica que se encargó del desarrollo de la c.m. de la obra : La vivienda de la calle Enrique Martínez 545, en el barrio de Colegiales proyectada por Julio Ladizesky, pero eso es otra historia.
El contexto político estudiantil de la FAU de ese año se resumía en la instauración del arancel universitario por parte del gobierno de la UBA, bajo el control férreo de la dictadura. Algo que se vivía como un inicio de protesta y rebelión contra el arancelamiento de la Universidad y por elevación contra el gobierno dictatorial, pero que en la base social del turno mañana de la FAU poco se traslucía. Todo estaba por llegar. Al año siguiente con la guerra de las Malvinas empezó la movilización ciudadana que nos llevaría a la democracia.
Pero volviendo a lo nuestro, los meses de trabajo pasaban y se acercaba el momento de “La Entrega” final, para ello nos “internamos” a trabajar en un local que estaba en la calle 14 de julio, casi esquina Alvarez Thomas. El marido de nuestra compañera de equipo, nos lo prestó por dos meses. Era un local con vidriera (escaparate) a la calle y todo azulejado, pues estaba preparado para alojar una carnicería o pescadería, éramos sus primeros moradores.
El sitio no tenía calefacción, por lo que nos agenciamos una vieja estufa tipo Volcán con velas de material refractario y con un sistema que al bombear el combustible ( kerosén) este se gasificaba por el precalentamiento dentro de un tubo y así rendía toda su potencia calorífica. la estufa había pertenecido a mi abuelo y era parte de las de casa. También tuvimos una alfombra tipo persa que nos ayudaba a tener los pies mas o menos calientes, la misma que de chico azotábamos en el patio de casa para quitarle el polvo , para luego cubrirla con hojitas de té húmedas que barríamos y mágicamente volvía a su color original .
El problema era que al usar la estufa se generaba condensación en las paredes azulejadas y se nos desprendían los dibujos y planos que íbamos pegando, en las paredes, con “ cinta marrón” ( cinta de pintor).
También disponíamos de un viejo bar de barrio en la esquina de A. Thomas y 14 de julio, donde muchas veces almorzábamos. Recuerdo que el mozo (camarero) que nos atendía , al acercarse a nuestra mesa a tomar el pedido, nos preguntaba ¿ qué tal? , nosotros contestábamos rutinariamente que “bien”, y el nos retrucaba, “bien…. o te cuento” dejando picar la pelota en nuestro tejado.
Cerca en la encrucijada de Forest, Elcano y Alvarez Thomas había una rotisería que vendía comida para llevar, entre ellas unas proverbiales empanadas para las noches cercanas a “La Entrega”. Recuerdo que mi abuela nos hizo, una tarde, un cargamento de “caramelos madrileños” ( guirlache), envueltos en papel manteca.
Otro tema era la comprensión-incomprensión de nuestras novias por la dedicación intensiva y casi exclusiva a “ La Entrega”, una difícil rival para ellas.
Para despejarnos un rato íbamos a dar una vuelta a la manzana o a la Plaza que está cerca, por 14 de julio. Años después cuando trabajaba en el Centro Cultural Chacarita, tuve la oportunidad de conocer a dos viejos murgueros que vivían junto a esa Plaza. (En aquella época de dictadura estaban prohibidos los festejos de Carnaval). Murgueros que nos amenizaron una noche de Carnaval (1989) en la plazoleta de av. Forest y Guevara, del barrio de Chacarita.
“La Entrega” avanzaba y devoraba todo nuestro tiempo, un rompecabezas era decidir la manera de presentación del trabajo, que sumaban mas de treinta planos, todos muy grandes. Habíamos trabajado con una gran cantidad de material, fotos , aerofotografías, planimetrías, fichas por manzana etc… había un plano en particular que era una “sabana”,por su tamaño, no cabía en nuestras mesas de dibujo y teníamos que ir desenrollando y enrollando para poder dibujar por partes, era el plano urbano de conjunto. Pero la forma de presentación en aquellos tiempos era una jugada difícil, por varias razones, se trabajaba con copias heliográficas, que eran bastante caras y no podíamos hacer demasiadas pruebas. Así que optamos por una técnica que conocíamos de los concursos en que habíamos participado en el estudio de Sergio Cano y Roberto Llumá.
La “cosa” era complicada, consistía mas o menos en esto: primero se dibujaban los planos a tinta en papel calco bueno ( 90 o 110 gr) , (para España papel vegetal 90 o 110 gr) . Luego se aplicaban , por el reverso, las tramas de Letraset para sombras etc, ya conocidas por sus resultados en las copias, y luego se preparaban unas “máscaras” recortando alrededor de lo dibujado, en calco berreta (papel de croquis español) que daban un sombreado-textura granulada a todo el fondo, resaltando lo dibujado. Las copias se podían tirar una vez porque las “máscaras” no soportaban mas pasadas por el rodillo de la máquina de copias heliográficas o sea que eran prácticamente copias únicas, con el consiguiente riesgo de meter la pata.
Tengo que mencionar aquí a quienes nos ayudaron las últimas tardes y noches dibujando, rotulando, poniendo tramas y recortando máscaras de los planos que salían del “horno”, los hoy arquitectos Sergio Radoszinsky, Juan Luis Mérega, María Silvia Loglio, Rogelio Visciglia, seguramente se me queda en el teclado alguien mas que no recuerdo. Todos aportaban sus horas y esfuerzo a “ La Entrega” como también nosotros habíamos participado en sus propias “Entregas” recientemente, algo que a los estudiantes nos unía por encima de todo.
Una mañana fría de invierno entregamos en la FAU nuestro trabajo, satisfechos de lo realizado. El 7 de agosto siguiente nos comunicaron las notas y con ello el fin de los estudios de la carrera. Yo luego seguí ocho años mas como docente de la FAU, pero nuestros destinos siguieron por diferentes caminos, aunque mantenemos nuestra entrañable amistad.