En 1991, estaba trabajando en Segovia, para el arquitecto Angel Egido Martín. El generosamente me había hecho un contrato de trabajo para poder legalizar mi “residencia” en España.
Un día trajo las bases de un concurso, el del Parque de la Arboleda de la pequeña ciudad de Almazán en la provincia de Soria.
Una fría mañana de primavera nos encaminamos hacia allí para hacer un reconocimiento del terreno. Se trataba de un extenso parque a orillas del río Duero, que presentaba una característica, su inundabilidad con las crecientes de primavera.
Luego de la visita y de leer las bases del concurso, me pareció que una buena idea era la de crear una isla separándola del resto del parque por un canal y un pequeño lago interior que mediante exclusas pudiera servir como aliviador de las inundaciones periódicas del río Duero.
El programa se organizaría desde una plaza de encuentro marcando tres áreas diferenciadas una deportiva y otra de estancia como merenderos y paseos, y la isla ecológica en que se albergarían actividades culturales, con un anfiteatro de cara al río y el telón de fondo de las murallas de la ciudad. También un invernadero y jardín botánico complementaban la propuesta de la isla.
La propuesta también consistía en generar un nuevo acceso peatonal desde los pies de la muralla , atravesando el río con un ligero puente que conectaría con el eje vertebrador del proyecto.
Ese año en el estudio de Angel trabajábamos varias personas y formamos para el concurso un equipo formidable, Agustín, con sus inefables canciones de José Luis Perales, era quien dominaba la banda sonora de fondo, Begoña, una joven estudiante y voluntaria de Cruz Roja, trabajaba como auxiliar administrativa, pero pasó muchas horas rotulando, Jose siempre con su buen humor nos traía los últimos chistes que se contaban en la Base (es militar). Yo casi recién llegado me compré una caja de lápices acuarelables Derwent, que todavía conservo, y me apliqué a darle color al proyecto, en una técnica que ya utilizaba en tiempos de la Facultad. Recuerdo también, que un fin de semana tuvimos la visita de Daniel González, arquitecto de Tucumán, argentino casi recién llegado como yo y nos dió una mano con el anfiteatro.
Finalmente después de muchas horas de trabajo llegamos a tiempo (siempre falta tiempo en los concursos) y lo presentamos.
Al cabo de algunas semanas tuvimos una buena noticia, habíamos ganado el 2º premio.
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